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Otro día que parece domingo, y lo es.

Para eso estoy.

Estoy para no estar.

La vida va pasando y yo me voy alejando de ella. De ellas, de ellos, de todos. Soy feliz, o eso creo. Lo tengo todo. Entre más tengo, menos doy. Entre más soy mía, menos soy de alguien. 

Me acurruco en el pasado que me trajo hasta aquí, a veces con orgullo, a veces con rabia. Se sufre en medida de lo peor que le ha pasado a una en la vida. Tengo buenas historias, como material de película. Todo parece estar pregrabado y ya casi me tengo que ir a dormir. Ojalá se me olvide por una vez poner el despertador. Pero si es que hasta los sábados despierto temprano. Los domingos, ni se diga. El vacío de ayer soluciona la llenura de la nostalgia de hoy. 

Nostalgia. Un estado muy victimizante, muy cómodo. El eterno añoro de lo que fue.

Salgo de la casa y los transeúntes de domingo son en su mayoría gente que no es gente. Gente que a los ojos de la gente es infra-gente. Gente con cara de humano y cara de vicio, o de domingo, eterno. 

Melancolía. Rosada, de pronto. Dulce en su dolor. Azúcar que hace doler el estómago. Masa cruda de galletas. Niñez acordonada por humillación y miseria. -Somos todo eso que hicieron de nosotros. Y amar es proteger a quienes amamos del daño que podríamos hacerles. Y odiar no es sino el deseo frustrado y doloroso y decepcionante de no poder amar. 

Odiamos, tan solo, todo aquello a lo que no podemos amar. 

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