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Venceremos

Me siento inmune, lo soy. Al virus, al sufrimiento, al paro. 

No paro de pensar en él. Es tal vez de las pocas cosas para las que no estoy dormida, inocua, débil. 

Me sobran las ganas de estar con él, de saber de él, de verlo bien. Feliz, chistoso, seguro, él. Él, que a 5 horas de conocernos me dijo que no sabía porqué, pero de repente quería verme mucho, y tal vez que ya nunca me fuera de su lado. Él que aún cuando intento escribir con ira sobre todas las otras cosas que suceden además de él, siempre es la primera o la última frase, cualquiera de las dos de vital importancia.

Me siento dormida, llevada, traída. 

Hoy estaba en la marcha feminista. Una niña de 17 años se suicidó luego de haber sido violada por 4 policías en una estación. Ni siquiera eso me duele.

No me duele porque sé que seguramente eso fue lo mejor que pudo hacer. Porque sé que estar allí es vivir una película de terror eterna. Nunca se borra. A veces la pasas más rápido, a veces más lento. A veces duele mucho, a veces no duele nada. Está y nunca se borra. Y yo me alegro por ella que sí tuvo la valentía de matarse cuando quiso. Me alegro de que ya no esté para que nunca tenga que volver a pasar por eso. Porque la realidad es que muchos más momentos como ese habría tenido que vivir. Unos más pequeños e insignificantes, otros más duros, otros insoportables. La realidad es que seguramente ya la acosaban en la calle, ya la juzgaban por vestirse como se le daba la gana, tal vez ya habría tenido que hacer algo que no quería por un hombre, tal vez ya habría besado sin ganas, habría tocado sin querer tocar, tal vez algún día tendría sexo con su pareja solo por "cumplir". 

Estoy en la marcha y veo a estas chicas con sus pañuelos, riendo, tomando pola, haciendo carteles, y me da rabia, y me quiero ir. En mi cabeza, en este momento, nada de eso borra las cosas que las sobrevivientes pensamos. Nada de eso va a hacer que quienes violan y matan nuestros cuerpos, dejen de hacerlo. No me sentía ni identificada ni representada. No tenía palabras para lo que simplemente era un grito de dolor y llanto, un dolor y llanto profundos, ahogados y mudos que vienen arrejuntandose entre mi garganta, mis dientes y mis dedos desde hace ya un tiempo.

Le cuento a mi hermana que me duele y que a veces me duele que no me duela. Y me cuenta que ella también. Que ella tampoco. Que no lo ha podido decir ni reconocer. Que prefirió ignorarlo. Que no sabe cuántas veces pasó. Lo siento, lo siento, lo siento. Le cuento que mi prima me dijo por estos días que a ella también, y que a su mamá también. Las violaron, nos violaron.

La palabra cuesta, pesa, encierra. Da miedo decirla. Aterra reconocerse allí. 

Mi hermana intenta convencerme de que marchar y gritar y bloquear las calles es necesario. Que el cambio tiene que ser estructural porque el problema lo es. Que tiene que haber justicia, que es justo decir con franqueza y libertad "Si te viola, mátalo". Y yo no sé si estoy de acuerdo. No sé si soy muy tibia, no sé si simplemente ya no me duele. No sé.

Nos vamos de la marcha para ir a la feria y perdidas entre calles, en un segundo, un tipo pasa y le manosea la nalga a Nata. Ella se da cuenta ya después de que pasó -porque una sigue creyendo, a pesar de todo, una sigue creyendo, y entonces cuando pasa no lo puede creer, pero en cuestión de segundos lo entiende y entonces dice "ese hijueputa me acaba de tocar la cola", y yo digo "¿Qué? ¿Cuál? ¿El de la moto?". ¿Qué putas hacía una moto en un andén andando? -y entonces corro. Corro para ver si esta vez reivindico la vez que no pude alcanzar al tipo que me hizo lo mismo. Corro para ver si allí encuentro la fuerza de sacar el grito que llevo guardando de hace tiempo. Corro para ver si cojo el impulso de perder la vida en un segundo, en una mala decisión, por irme detrás de un tipo que si me gana en fuerza podría matarme, pero corro, corro para ver que ya no lo alcanzo, ya va muy lejos, pero me alcanzo a quitar el tapabocas y de mi voz sale lo que le quise decir a él, a ellos, a todos ellos. A todos los que me hicieron creer con una mirada, con una sonrisa morbosa, con una manoseada, con un piropo cochino, con un beso no pedido, con un abrazo coge cintura, con una grabación de mi cuerpo inconsciente siendo violado, con una insistencia a tener sexo después de decir que no, con un sexo sin reciprocidad, o con un sexo violento, a todos y cada uno de ellos que por una noche entera, por meses, o por un segundo -y ojalá no para toda la vida, me hicieron creer que mi cuerpo no era mío, que me lo merecía, que me lo había buscado, que para eso estaba, que para eso sirvo, o que consiente y voluntariamente quisieron cagarme la vida, a todos y cada uno de ellos les pude decir hoy: HIJUEPUTA - CERDO - DE -   MIERDA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

HIJUEPUTAS CERDOS DE MIERDA. Lo digo otra vez porque me sale del alma. Hijueputas, HIJUEPUTAS, CERDOS, DE MIERDA. Malparidos. Ojalá se mueran lento y dolorosamente. No merecen nada, no merecen ni siquiera un nombre propio. VIOLADORES. Violan con lo que tienen a su alcance. Violan con miradas, con palabras, con tocadas. Violan con su carne, con sus armas, con sus almas. Mienten, abusan, violan, matan, despedazan. Nos quitan lo poco que aún es nuestro. Nos quitan los sueños, la paz, la posibilidad de amar a otros que tal vez no son así. Nos quitan la vida, el tiempo, las ganas. Nos quitan el miedo. 

Y entonces, entiendo. "Si te viola, mátalo". Mátalo como puedas. Mátalo con tus manos si puedes, mátalo con tu grito, sácalo de ti. Mátalo. Mátalo con tus palabras, mátalo con tu fuerza, mátalo con tu ira, con tus lágrimas, con tu odio. Mátalo de ti. Mátalo con tu vida. Vive, vive para no darle el gusto, vive con el dolor y con el recuerdo y sin perdón ni olvido, pero vive. Vive para que tu dolor no sea en vano. Para que las horas valgan más. Para que los días brillen, para que la lluvia llueva. Vive para saber que a la próxima tendrás más fuerza. Que si hay una próxima lo vas a hacer mejor. Que cada vez que pase tendrás la oportunidad de reivindicar el pasado. Que en cada límite que aprendas a poner, honrarás a la niña, la adolescente, la mujer o la anciana que fuiste allí. Que en cada "no" que te permitas dar, un pedazo de tu piel va a volver a ti. Que cada grito y cada lágrima te va a devolver un poquito la voz y la fuerza. Que cada paso que des va a borrar el pasado y a pintar el futuro. Mátalos, a todos. Déjalos morir. Vive.

Perdón por no haber hecho más hermana. Perdón. 

Seguimos caminando y yo lloro con rabia. Lloro de impotencia. Ella está bien, dice que se siente bien. De repente encontramos la feria y lo primero que hacemos es pedir una pola. La vida sigue. A mi hermana le enseñaron que eso era tan normal que la vida sigue. Sigue, y sigue, y sigue. Y se siente como un lastre, una amenaza. Se siente como un aviso constante que dice "curva peligrosa". Todas las curvas son peligrosas, pero no por eso vas a dejar de conducir. Pero así te quedas, normal, anestesiada o buscando la anestesia. En los tragos, en las drogas, en el llanto, en dormir, en el trabajo. Te vuelves adicta a algo que te impida pensar mucho en todo lo que pasó. Te llenas de cosas, te duermes despierta. Te sube la tensión cuando recuerdas. Te tiemblan las piernas cuando pasas por ese lugar, o cuando ves a alguien que se parece a él, o cuando te encuentras en un momento parecido con la persona que sí te gusta. Te ignoras. Hasta la enfermedad. Te olvidas de ti. Te olvidas de que alguna vez fuiste tuya, te olvidas de que lo sigues siendo. Te cuesta mirarte, y si lo haces, miras con rapidez, porque si te quedas allí mucho tiempo, al principio te van a gustar muchas cosas, pero mientras los segundos pasan vas encontrando cosas para odiar, para despreciarte, para flagelar. Te castigas constantemente, te limitas, cambias tu forma de ser, de actuar y de pensar. Tienes miedo. Te aterra la idea de volver a tener esa sensación, entonces la ignoras, la guardas, la pintas, la envuelves, la escondes.   

Somos nuestras. Fuimos ellas. Ambas son difíciles de entender y reconocer, pero eso somos. Un pasado trincado y un presente sensible, un futuro fuerte ojalá. Y para eso marchamos, y para eso gritamos. Para sacar el dolor, para que no vuelva a pasar, para que la estructura obligue al individuo a cambiar. Para que no nos falte ni una más. Para que la mejor solución jamás pueda volver a ser el suicidio. Gritaremos, lloraremos, romperemos, quemaremos, y esta vez vamos a aguantar pero no por ellos, por nadie más que por nosotras.

Venceremos.

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