Me gusta creer que las lágrimas arden porque son fuego. un agua que quema y por eso son fuego. Tramutan, matan, reviven. Arden porque son gotitas de poder que brotan de lo que vemos. Son un impulso del cuerpo por decirnos que no todo es eso que sentimos, que allí, en el llanto hay fuerza, la fuerza inmensa de soltarse, de dejar de controlar, la fuerza inmensa de dejarse, de estar, realmente estar, aquí y ahora, siendo sentimientos y floreciendo en dolor.
Duele caerse y duele levantarse. Entonces las lágrimas queman la piel, y saben a sal porque recuerdan que qué sería la vida sin el momento amargo que ahora resalta los colores vivos de los momentos felices. Qué sería la luz sin la oscuridad, el sur sin el norte, el amor sin el odio. Qué serían? Todos uno? Uno solo?
Yo lloro porque la tristeza me derrite, pero a veces también lo hace la felicidad, y a veces el miedo, y a veces la ira.
Viene el fuego, fueguito acuoso y me quema, y me arde, y me recuerda que soy, que existo, en pequeñas y en enormes medidas. Quemo, me derrito y me revivo, y vivo.
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