Cierro los ojos y recuerdo a esa yo de hace unos años. La de los atardeceres inciertos. La de la nostalgia lunática, las farras mareadas y los días eternamente cortos e invariables. La del dolor escondido y la ira disfrazada de alegría. Sólo vivía, sólo sentía, sólo veía y veía y caminaba sin saber a donde ir. Eternamente insatisfecha, como las memorias del olvido, y todo lo que no te va a gustar.
Ya no soy muchas cosas que fui, pero sigo siendo yo. Ya no me queda la ropa de la niña, ya no me queda el miedo. Hoy no me quedan muchas personas, tampoco, ni muchos sentimientos sobre lo que era existir, o amar, o ser feliz. Definitivamente soy y vine a ser feliz.
Agradezco por todo lo que ha pasado por mis manos y mis pensamientos, prometo siempre haber hecho lo mejor que pude con lo que tuve, y lo dejo ir también, en libertad y en honor a todo lo que se me dio. Gracias por ellas, por ellos, por todos los soles y todas las lunas y todo lo que fue y lo que no pudo ser. Gracias por traerme hasta aquí, con todo esto que tomé prestado, y también lo que me robé para siempre.
Quise irme muchas veces para siempre, haber estado y haber sido olvidada. Quise borrarme de lo que fui sin posibilidad de ser recordada, para poder ser otra yo. Una que no se encadena a lo que nadie espera, sólo vive en el hoy, sólo siente en medida de lo que sucede, sólo pasa.
Quise ser de ceros, y aquí está de nuevo otra oportunidad para ser esa de cada día, sin pruebas, sin justificaciones. Aquí está y nunca se ha ido ni se irá.
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