Todo vino y pasó. En medio de un dolor placentero, el tiempo que ha pasado se empieza a esfumar con la esperanza de un nuevo inicio. ¿Qué quiero? No mucho. No demasiado, nunca demás. Agradecer, agradecer, agradecer. Porque de todas las cosas malas que habrían podido suceder aquí estoy. Aquí están las personas que amo, unas lejos, otras cerca, pero están. Está la música que acompañó este momento tan extraño. La que me escuchó llorar, la que me alegró el día, la que se quedó en silencio justo cuando lo necesitaba. Personas nuevas que han venido a quedarse, otras que pasaron y se van y quién sabe si volverán. Los gatitos, gorditos, sanos, no sé si felices pero vivos, y a mi lado justo aquí, justo hoy. Las letras que plasmaron de vida los recuerdos imposibles de olvidar. Las que se vomitaron y las que se comieron con paciencia. Despedirme de mi, quien no cree que todo es posible, porque en pequeñas medidas me he demostrado que lo es y que lo merezco. Aprendo a confiar y desconfiar, a amar y dejar de amar, a cuidar y dejar que cuiden de mi, de a pocos, todo de a pocos pero con constancia. Gracias por las crisis que me ponen en el filo del vacío y mirándome a la cara me piden que salte, y si salto con temor moriré en la caída, pero si salto creyendo contra toda expectativa que al caer solo seguiré caminando y miraré hacia arriba despidiéndome de mi pasajero viaje por el aire, entonces, caeré y al llegar al suelo mis pies podrán hacer lo que les pido contra toda lógica, y caminarán y seguirán como si nada, e irán por el todo.
¿Qué quiero que se quede? Todo, como experiencia, como recuerdo, como prueba de vida.
¿Qué quiero que se cambie? Todo, en su momento, sin preguntar, cuando menos lo espere.
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