Escribir porque hace mucho no se hace. Tiene sentido, algo debe haber detrás de la melancolía que evado desde hace unos días. Me evado, porque debo aceptar que escondo los escritos donde más describo la verdad, los sentimientos, la vulnerabilidad.
Me privo del lujo, aunque vivo llena de privilegios. Desprecio la superficialidad de la adoración a las imágenes. Recuerdo que en el colegio decían que según la biblia, adorar a las imágenes estaba mal. Y hoy no somos mucho más que adoradoras de imágenes. Lo hacemos y queremos que lo hagan con nosotras. No me importa pasar mucho tiempo con la misma foto, pero cada cierto tiempo entro y salgo, y la veo y la admiro, y la observo y la adoro. Y me adoro a mi misma irremediablemente, casi hasta al punto de olvidar todo lo que cargo encima que también hace parte de mi pero pesa. Casi hasta el punto de creer que lo merezco todo. Me asqueo del acto impetuoso de observar y observarme y recuerdo lo imposible que es tenerlo todo. Pero Maria dice que todos merecemos todo. Que sí, que yo merezco todo y todas las otras personas también, y a mi se me hace tan difícil pensar que eso es posible. Porque simplemente no me cabe en la lista de posibilidades, la cabeza no me da hasta allá, aunque sé que sí da hasta allá. Y entonces tengo una duda: ¿Y si yo misma me estoy poniendo las trampas para tenerlo todo? ¿Y si yo misma me encierro en la etiqueta del equilibrio perfecto, qué sería lo equilibrado entonces? ¿Cuándo es suficiente?¿Qué lo mide, qué lo define, qué lo encierra?
Hoy hablaron de ascender en la compañía, y yo nunca me había planteado hacer eso en un lugar donde el tiempo que invierto no se siente como una pérdida, porque la retribución es buena. A pesar de que empiezo a ver los alcances de la comodidad, me cuestiono si tal vez todas las otras veces que pude ganar más, o que pude liderar en el trabajo, no lo hice por no querer, por no poder, o por tener miedo. Mi respuesta inicial a la conversación de hoy me da el indicio de que tengo miedo. Por un lado de no hacerlo bien, de cagarla como siempre se puede cagar todo, de que el poder se me suba a la cabeza y convertirme en alguien horrible. Por otro lado el miedo de reaprender todo lo que nunca he sido capaz. Y por un vértice más, el miedo tal vez, a simplemente no merecer estar ahí.
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