El sol brillaba intenso. Las hojas de los arboles meneándose al ritmo del viento; verdes, grandes, pequeñas, vivas e inertes. El mundo se ve gigante desde aquí. Mis manos están calientes, no recuerdo muy bien qué hice ayer, o antier, tampoco sé muy bien quién soy. En mi recuerdo sé que tú eres mi mamá. Me miras contenta, me besas, sonríes con tus ojos eternamente soñadores y tu boca callada. Me llevas a tu paso y por eso cuasi corro y cuasi salto. Llegamos con rapidez a la casa, como siempre el sol cayendo precisamente sobre el techo de la iglesia. Paramos un momento a observar la tarde caer. Te pregunto por qué hay carros afuera y dices que adentro se lleva a cabo una fiesta, y yo digo de quién, y tú me dices que tuya, porque es tu cumpleaños, y yo me río y me pregunto y te pregunto que qué es un cumpleaños. Tú me dices qué es y yo de todos modos no entiendo muy bien, pero sé que significa que habrá ponqué. ¡Y qué rico mami! Me emociono por ver quienes están adentro y al llegar, con mis cuatro o cinco años, la fiesta parece ser para mi, la gente me alaba y retozo de alegría tu vida en mi vida.
Hoy, hace veinte o diecinueve años, supe que te amaba como a pocos. O como a nadie.
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