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24-28-24

Un mes y unas horas, y unos miles de kilómetros después, y ya no estás, y ya no estoy. 

De formas diferentes nos hemos despedido de todo lo que conocemos. Yo tendré más oportunidades de volver y escarbar entre el suelo y las paredes el remanso de polvo que han dejado atrás los días sobre las cosas, el ruido de la calle, el sol sobre las montañas, el frío de las mañanas, depende de dónde despierte esta vez. 

Tú tendrás una vista mucho más panorámica, mucho más amplia. Del paisaje, de la vida, de donde estás y donde estoy. 

Moriremos, una y otra vez. Y cada vez que yo muera tú vas apoder ver desde el cielo como resucito en este plano. Tú revivirás en mis sueños, en mis recuerdos, en las palabras que relea de lo que alguna vez me escribiste o me dijiste. Tú revivirás en cada canción que escuche que te gustaba, o que me guste, porque fuiste tú quien me enseñó que la música es para sentirla. Cada vez que toque un tempo o un ritmo, mis manos van a revivirte en movimientos tercos de querer atrapar las notas contra la mesa o la pierna, o la silla o la ventana. 

Tus ojos curiosos van a revivir en los míos cada vez que mire un lugar y me detenga a admirarle con asombro, como tomando una foto lenta, como acariciándole con las pestañas para dejar de verle y sólo, sentirle. 

Te voy a querer toda la vida, te voy a extrañar todas las veces que sean mi primera vez, voy a llorar con tristeza tu ausencia como ese primer día de jardín que me agarré a tu cuello y te pedí que no me dejaras. Voy a llorar de felicidad cada vez que recuerde verte asomado en la ventana de la casa perplejo por mi sorpresa de llegada. Voy a sonreír cuando recuerde tu risa, tu voz, tu mirada tierna y tus lágrimas calladas en momentos tristes. 

Te voy a querer para siempre, para siempre, para siempre. Te voy a amar para siempre. Te voy a agradecer todo, lo que sí y lo que no. Para siempre. 


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