Vengo callada hace un tiempo. Encerrada. Como una gata en un lugar nuevo me escondo, tengo curiosidad por algunas cosas pero también reproches y miedos. A veces me siento así, como un animal sacado de su entorno contra su voluntad. Nadie me obligó a estar allí, yo fui mi propia dueña, yo elegí vivir lo que estoy viviendo, sin embargo las sensaciones son confusas, contradictorias, el ideal no es la realidad y eso me ha frustrado profundamente en muchos sentidos.
No sé en que lengua hablar. Mi personalidad en inglés es más reflexiva y certera, más segura, más clara. En español siento que soy muchas emociones; al final este es mi lenguaje de las emociones, aquí siento, aquí soy, aquí no tengo que pensar en lo que digo. Las palabras simplemente van saliendo de mi boca sin pedirlo.
Te quiero tanto, tanto. Te adoro tan incómodamente que no se a veces describir lo que siento contigo, por ti, en mi. Si miro al pasado veo una herida profunda, la de cuando no sabía por qué me querías, ni cómo. La que no podía entender tu amor. La que se convenció por un momento de que tú no me amabas y nunca lo harías, sin embargo insistía en lograr ganarse tu corazón, en abrirte de una forma que no te esperabas, en cambiarte para siempre, en partir tu historia en dos. Así de ególatra soy, sí. Me gusta creer que vine al mundo para cambiar la vida de las personas, me gusta convencerme de que eso es muy cool sin importar las consecuencias o los medios para tal fin. Sin importar el dolor.
Es tal vez en eso en lo único en lo que no soy egoísta. (exagero)
El dolor, lo quisiera compartir con todos, que sea mío y que sea tuyo. Que sobra, que es el elemento fundamental del cambio. Su rechazo es por naturaleza el resultado del bienestar. Su negación es inútil y su presencia inevitable.
No sé con qué palabras decirte que te quedes después de lo que te voy a contar. Tal vez termine mostrándote este intento de redención. No sé como justificar lo que hice. Si lo veo en el gran espectro de las cosas no es terrible, al menos no en la cultura de la que vengo. Me gusta pensar que si hubieras sido tú en mi posición, yo te perdonaría. Que si los roles fueran inversos yo entendería. Me gusta pensar que tú te vas a culpar porque en parte el que no supieras expresar el cariño que sentías por mi, me hizo hundirme en un odio profundo en mi contra. Me hizo creer que no era digna del "amor verdadero", el que se siente en el estómago, el que sentiste ya alguna vez pero tal vez nunca sentirías conmigo simplemente porque desde entonces ya no eres la misma persona, porque dejaste de creer, porque no creíste en ti, ni en mi, ni en la remota posibilidad de que eso que tanto quiero lograr en el mundo pudiera ser real: que te estaba cambiando, que te sentías mejor ahora que estabas conmigo. Que era y soy querida y apreciada y especial en tu vida.
Arremeto en tu contra para intentar justificar, para intentar entender por qué lo hice. Lo cierto es, que sí hay una parte de mi que venía acumulando todo ese odio y frustración. Que muchas veces deseé detonar algún botón que hiciera que todo explotase. Que en algún momento quise acabar con todo, como siempre, una vez más para probarme que la vida es injusta y dolorosa, pero que yo soy una guerrera colosal, y que emanciparme de ser tu víctima solo me haría más fuerte, solo me daría un título de victoria más para celebrar que yo sola puedo con todo, y que mi autoreivindicación sería por siempre mi mejor trofeo.
Basta de analogías y romanticismo. Lo que pasó fue muy simple. Te fallé. Hubiera podido ser peor, o hubiera podido ser más fuerte, más valiente, menos rencorosa, más compasiva contigo, menos prejuiciosa, menos infantil. Besé a un tipo en la noche de la fiesta de mi hermana. Sí, estaba ebria, pero lo hice conscientemente. No fue planeado pero tal vez sí premeditado. Premeditado en el sentido de que toda esta ira que se tenía guardada hacia nuestro pasado me hizo cuestionar donde había quedado mi pasión, mi efusividad, mi fuego. Me hizo pensar cuando conocí al chico del avión con el que duré 10 horas hablando, que esas eran las historias que yo quería vivir, la película de Disney para la que me había manifestado toda mi vida. Me hizo pensar que no era casualidad que la magia que sentía por la vida se hubiera ido desvaneciendo a medida que nuestra relación avanzaba. Que tal vez eso eran las relaciones largas: una negación del sí mismo. Una especie de lastre que elegimos cargar porque el capitalismo no sería nada sin el individualismo y la postergación de la propiedad privada radicada en el matrimonio. Pero no es así, no ha sido así los ultimos dos meses contigo, desde la pelea que tuvimos en mi cumpleaños. En este tiempo he sentido cosas inesperadamente hermosas contigo, lo he sentido genuino, real, he sentido tu amor, tu paciencia, tu dedicación, tu alma profunda y romántica, no solo la racional y calculadora, la que tal vez es un poco más fría. No has sido solo ese concepto en el que te encerré en mi crisis. Has sido el apoyo, la felicidad, el amor. Lo que esperaba, lo que quería.
Me arrepiento mucho, créeme. Todo ese odio lo dirijo hacia mi ahora mismo, porque te incumplí, porque dejé que mi pasado dictara mis acciones sin pensar en nada. Al instante en que me vi en la situación horrible de haberte hecho daño lo paré todo. Me sentí viva y empoderada, pero no feliz. Me sentí fuera de mi misma, irremediable, estúpida y perdedora... porque todo eso que creo que vine a ser al mundo, no soy capaz de hacerlo por mi misma, no fui capaz de cambiar, no fui capaz de romper mi propia historia en dos y ser por fin diferente a lo que el supuesto destino me trajo a vivir.
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