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Adiós arrepentido

Llanto inútil, arrepentido. Lloro porque el libro que estoy leyendo me hace pensar en el pasado. Lloro porque narré con voz sutil la despedida trágica de mis abuelos en silencio, mientras ignoraba en la vida real a mi abuelita y la obligaba a subirse a jugar Mahjong al computador, mientras todos en silencio esperábamos que fuera la hora de irme para sentirnos tristes y aguar los ojos, y decirnos que nos queríamos en vez de querernos en el momento en el que nos hablábamos, y no ignorarnos, y no fingir, tanto que somos todos demasiado independientes y fríos como para pasar los últimos momentos unidos, como también estúpidos y crueles, porque nos dábamos cuenta siempre después, y arrepentidos nos sentábamos a escribir sobre el pasado que pudo ser, de tan sólo haber dejado a un lado el egoísmo aprendido desde la niñez. Los eternamente arrepentidos. Mi familia había vivido y transmitido como culto, tal vez producto del trauma de las malas rachas económicas, que había que hacerse plata, buena plata, conseguir un buen trabajo, una buena vida, una que pudiera sustentar los pequeños gustos de riquillos pobres, o de pobres con gustos de ricos. No era que las cosas bonitas y simples no importaran, no era eso, era que se pasaban a veces por alto, o era que simplemente no sabíamos cómo más ser. 

Yo no sufrí tanto del desespero de tener y tener y acumular y guardar. De hecho soy más bien desapegada de lo material, tanto que a veces hasta odio los cuerpos. A veces me gustaría ser un ente uniforme o amorfo, que simplemente existe, y flota sin saber que flota. 

La verdad, era que no había nada de egoísta en no querer compartir los últimos momentos del día juntos. Era todo lo contrario. Yo pensaba en que no quería darles demasiada felicidad antes de irme para que el pesar fuera menos. Ellos seguramente pensaban igual, así me habían enseñado. Que a veces había que ser fuertes para que las despedidas no dolieran. Cuando me fui del país nadie lloró, y yo me molesté por eso, sobre todo porque mis abuelos no lloraran. Me hicieron sentir que más bien no podían esperar por el dichoso momento en que me fuera. Pero cuando me enteré que mi tío tuvo que ir a acompañarlos un mes después de mi partida, me quedó claro que su estrategia, tal vez contraria a lo que pensaban, se pasaba al extremo opuesto de rayar en lo inefable, lo crudo, lo duro, lo triste. 

A pesar de sentir aún esa tristeza de no sentirme extrañada, yo hice exactamente lo mismo con Feli. No la amaba demasiado, o al menos no se lo demostraba, por un lado para que no pensara que yo era su mamá, y por otro para que no se encariñara demasiado y nuestra incierta pero cantada despedida la convirtiera en una niña eternamente abandonada. La hice fuerte, como me hicieron a mi, porque muy pronto me di cuenta que su vida iba a estar llena de muchas soledades, y que pronto tendría que aprender que la única persona que jamás le fallaría, sería ella misma. 

Yo me jactaba elocuente de tal actuar, y contaba orgullosa que mi amor por ella era tan grande que hasta la protegía de mi. De lo que el cariño tan profundo que se le puede tener a un ser tan puro puede generar en su crianza. No quería malcriarla, no quería hacerle creer que todo lo que quería lo podía tener, aunque así es y así será para todas las personas en todo el mundo, con cierta mesura y racionalidad. Pero no fue sino hasta que le conté a mi tía Ximena sobre los límites que me puse para no dañar a la niña, que por fin alguien me hizo despertar: "¡Cómo se te ocurre!" Exclamó mi tía la psicóloga, exacerbada. "El momento es ahora y si a esa niña no la quieren los papás y no la quieres tú ahora mismo, peor daño le vas a hacer. Todo eso que quieres que ella sea más adelante jamás lo podrá ser si nadie le enseña lo que es el amor". Y ahí entendí.

Que el momento es ahora, que si no se ama ahora entonces ¿Cuándo?. Que si no se vive a flor de piel todas y cada una de las emociones entonces ¿Cuándo? ¿Cuándo Camila, cuándo? ¿Cuándo vas a amar del todo y por completo, y cuándo vas a dejar que te amen a ti así, de lleno, sin entender nada, sin porqués, sin razones, cuándo?

Yo siento que he cambiado y que ahora me permito amar más, y permito que me amen más, también. Pero jamás sabré si es que el todo no tiene límites, o si mis límites ya han llegado a su máximo punto, y estoy segura de que no, porque aún no tengo hijos, y seguramente en su momento diré que por fin entiendo el amor, aunque no haya nada que entender, y que lo merezco todo y que lo daré todo. Tal vez esta es simplemente la época de ser egoísta, y no soy ni la primera ni la última persona que lo diga. Pero seguramente encontraré respuesta una vez lo sienta. 

Mientras tanto, me limito a evitar dolores prójimos, y por ende a cohibir amores propios, en pequeñas medidas, en distancias no habladas, en lágrimas no salidas y poemas sin dedicatorias... todo para luego arrepentirme y quedarme satisfecha con el adiós desde la ventana y los abrazos largos y profundos de ese último y dramático instante en el que me encaramo en el bus y mis abuelitos me dicen que vaya con Dios, y yo vuelvo a ser una niña y asiento con la cabeza mientras me siento al lado de Dios, y por un momento no puedo ser nada más que una niña indefensa que llora desconsolada pensando, tal como pensaba las primeras veces que la dejaron en el nuevo jardín o en el nuevo colegio, que nunca los volverá a ver. 

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