Escribo y borro, y oculta de lo que quiero decir me escondo bajo mi capa de felicidad, de invisibilidad. La felicidad absorbe todo aquello que no es ella. Debería estar feliz porque me va bien en el trabajo y en la universidad, porque mi ego crece y se alimenta del fracaso ajeno. Porque tengo que fingir que me esfuerzo para hacer las cosas, solo para que las otras personas no se sientan mal. Soy buena, lo sé, pero no soy nada. Nada más allá.
Estoy tan perfectamente pulida en mi cinismo que me cuesta aceptar haber amado tal vez sin razones, o creer que las razones no importan ni para las personas razonables y cultas como las de la estirpe de la que me jacto solo en mi individualidad. Siempre en equilibrio, ni muy buena, ni muy mala. Siempre con los pies en la tierra. Sueño pero vivo en el mundo material de las ideas plausibles. No me ha importado el tiempo que ha pasado ni la vida que he vivido, pero siempre me justifico cuando explico porqué esa yo, ésta yo tan brillante y profunda no tiene una carrera y ha gastado lo que lleva de vida buscando metas en las cuales desistir.
Te amo y hoy es el día de la semana en el que normalmente estaríamos juntos. Por algún motivo nunca me cansé de ti, hasta que me cansé. Estar contigo se sentía bien, correcto, pero no en el sentido moral de correcto o de bien, o de bueno. Se sentía natural. Feliz. La felicidad acaparaba la atención que debí haber puesto en las otras cosas que también sentía, o que no sabía que sentía. Qué ira que esta vez sí que quería que las cosas fueran bien. Qué ira quererte y que no estés. Qué ira que ya no sea el tiempo... aunque siempre lo supe, y creo que tu también. Te lo dije cuando dije que te quería. Las canciones que escuchaba en mi cabeza de inmediato fueron al momento extrañamente cercano que sentía. Me anticipé a la tristeza porque aunque sabía que era feliz, también sabía que la forma de quererte no era la usual, que algo de verdad había aparecido para quedarse, y se quedó. En los rayos de luz que imagino cada vez que recuerdo la primera vez que te vi. En el beso que debí darte ese día, y en todos los otros que te quedaste esperando por última vez, que no te di. En los versos de Spinetta que recorren mi espalda erizada mientras escribo esto, que no quería escribir. Porque qué tonta soy, porque el posmodernismo no permite amar porque sí y ya, sin decidir, sin ejercer la tan preciada libertad. Porque qué voy a hacer si descubro que te amo aunque no debería. Qué decir cuando todo lo que quisiera decir me lo guardo para no tener que aceptar que quisiera que estuvieras aquí y no allá. Haberme despedido con dolor y dramatismo como lo he hecho cada vez que me he tenido que ir, o cada vez que he tenido que dejar. Llorarte en paz, porque fuiste y ya no estás, y porque por poco que haya sido el tiempo, la noche que miramos las estrellas desde tu ventana al despertarnos de repente se sintió como el amanecer que nunca vimos. Nunca hicimos nuestra lista de reproducción pero dejaste en mi cabeza todas las canciones que te gustan. Nunca escribimos juntos pero cada vez que vomitamos emociones por aquí o por allá nos decimos en complemento todo lo que pasa y pasará.
Pasaste, de verdad pasaste. Y todo lo que siga pasará, con certeza, también. Y mientras haya vida, habrás sido el amor de la vida. O al menos una de ellas.
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