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Sin punto final

Cinco y tanto a eme. Ojalá el amanecer de hoy esté tan lindo como el de ayer. No quiero la duda. Me paro con afán, me cambio el pantalón, me pongo otras medias porque las que tenía se enredaron entre las cobijas y no tengo tiempo para buscarlas y encontrarlas. Me paro con afán, me pongo el tapabocas, me pongo los zapatos, abro la puerta con cuidadito, tomo las llaves y cierro la puerta con la llave adentro para no despertarlas al salir. Bajo las infinitas pero cortas escaleras, salgo de la torre y veo el suelo mojado, encharcado de la lluvia de ayer. Camino con afán, veo de reojo al grupito de gente afuera de la otra torre, uno de ellos me mira, tal vez por el afán, tal vez por el cabello suelto que no cuadra con la pinta de hacer ejercicio, tal vez porque qué raro que "Yo aquí llegando y ella saliendo, a esta hora, con estos tiempos y con este frío"-habrá podido pensar. Los sobrepaso y sobrepaso los pensamientos sobre lo que puedan pensar. Las ganas de llorar me invaden, ojalá no haya nadie en la portería que me vea llorar. "Buenos días" -digo sin esperar respuesta alguna, porque si no responden mejor, pero me abren la puerta y por eso me tocó decir que gracias. El parque a lo lejos se ve solo, un poco de neblina baja entre los arboles. Es un buen momento para llorar con las nubes y decir que ojalá hoy no sea el domingo de todos los domingos de antes, aunque haya empezado aún más dramáticamente que todos, y aunque eso sea exactamente lo que es. Creía estar sola y de repente sale un señor con su perro justo cuando tengo que voltear para tomar el camino recto al que quiero ir. El lugar donde hace días nos sentamos a ver el atardecer, donde un arcoíris en los cerros mostraba a lo lejos el caos del que somos ajenos. Nosotros felices y ajenos, comiendo heladito y riéndonos, burlando la vida y sus creces en lazos de amor que tensan, distensan y sueltan, y dejan ir con la misma fuerza con la que dejaron entrar. El camino es fangoso pero logro sortearlo. Aún la leve oscuridad me protege del bienestar que trae el sol. Hoy no quiero sol, hoy quisiera oscuridad eterna que justificara mi mal humor. Una chica se encuentra en mi camino y camina más rápido que yo, vamos al mismo lugar pero ella lleva más afán. Ya es momento de tomar el puente, si no tomó el caminito que dirigía directamente hacia ese carro parqueado en la autopista, seguramente va a cruzar conmigo, o va a cruzar pero debajo del puente. Tomé el puente ya sin ella y llegando a la cima la vi ya al otro lado, caminaba entresaltando hacia mi punto de encuentro "Qué rápido es saltar las reglas" -pensé. Llegué a la mitad y bajo ese techo en maderita, me pareció buen momento para refugiar un par de las lágrimas, para observar los carros y escuchar su banda sonora. En realidad quería el silencio atembante que se escucha en las graditas del otro lado, a donde quiero llegar. En realidad el momento y la imagen daban como para pensar en un instante de drama que quienes me vieran a lo lejos, pensarían que me iba a suicidar. Me quedé quieta, recogí mi cabello y miré a los lados para asegurarme de estar a solas, miré hacia el norte y vi las nubes arrebatadas por el viento, los pedazos desordenados tratando de dejar ver al sol. Miré al oriente y solo había bruma, Monserrate cubierto por la oscuridad tenue del día que empieza a empezar. La luz de los semáforos se refleja en el pavimento mojado, los carros centrifugan entre las llantas la lluvia de anoche y estruendan las gotas que se disparan entre ellos. El puente tiembla al paso de camiones y buses. El mundo tiembla. Rotación y traslación, por un momento las siento a ambas y a las dos. El sol se va abriendo paso en el norte, el oriente sigue igual y aquél lugar desde donde vimos el mundo pasar ya no parece adecuado. Las lágrimas brotan porque como dije anoche, se fue. Ella se fue. Brotan porque sigo brava y nada más, porque mi compasión no parece aflojar y si eso no cambia, todo de aquí en adelante cambiará. Escucho las palabras recorrer los pensamientos de este momento en el que escribo con detalle lo que hice hoy al levantarme hace unas horas, después de haber soñado ese sueño extraño entremezclado con fantasías y realidades. El gato llora y yo me fastidio porque si alguien debería llorar soy yo, yo que ya para este momento tengo más ansias de escribir este final que de llevarlo a cabo. Yo que ya no tengo lágrimas para decir lo siento, aún cuando seguramente y como es de costumbre, mire atrás a este momento y lo entienda de otra forma y me mire al espejo con rabia por haberlo entendido solo a mi manera y por no haber sentido el dolor de las otras personas. Cierro los ojos y el mundo gira, como cuando estaba acostada y miraba para arriba, y en el Juan Ramón Jiménez todos los días eran un verano europeo lleno de calor y risas. Por un momento los carros pararon, y el sol paró, y yo respiré una sola vez, y el silencio me dijo que todo iba a estar bien, que las ganas de morirme no eran de hoy ni de ayer, pero que en este momento no serían tampoco, que las veces que miré esa botella de cloro ya están lejos de mi, que ahogarme con la almohada era imposible y que este puente por más puente y por más alto, seguramente no dejaría todo intacto, pero tampoco inerte. Lloro, y miro a los lados para asegurarme de que estoy a solas. El amanecer que quería ver nunca llegó, nunca llegué al otro lado a sentarme en las gradas donde aquella tarde tus ojos parecían una promesa de vida hasta que llegase la muerte, nunca llegué a llorarte de verdad y ahora que te escribo, no puedo escribirlo todo. Los momentos felices pasan como un torbellino sobre mi cabeza, las lluvias, los soles, las noches y los días contigo se reúnen todos en una sola imagen y lloro, porque no estoy lista. Porque no quiero llegar a ese lugar a llorar lo que siento sobre lo que fue, porque no me quiero despedir aún, ni de ti, ni de ella, ni de lo feliz que fui, ni de lo feliz que soy, ni de lo feliz que podría ser si tan solo el tiempo se extendiera y se quedara callado, como enfermo, como atiborrado de horas acumuladas, como estreñido de tanto controlarlo todo. Que me dejara pasar sin él un rato, y me dejara curar eso que dicen que solo el tiempo cura. Parar. Un momento de soledad aguda y transparente donde pueda pensar tranquila que esta vez no voy a mirar atrás con tristeza todo lo que pudo ser, porque lo que estoy haciendo va a calmar el pánico y va a reencausar el río, y no va a dejar que se canse hasta que se convierta en mar, hasta que pueda ir y venir en paz, sin tener que dejarlo todo atrás. 

La lluvia se fue, el amanecer nunca llegó, yo nunca crucé, y este día de nostalgia nunca empezó.

En un impulso de lo que creía haber sido un fracaso dramático de la búsqueda del caos, me devolví cabizbaja por donde me vine, y vi bajarse del bus a las primeras dos personas que cruzarían el puente en estos últimos 15 minutos de revire. El mundo me acababa de dar exactamente lo que le había pedido. Oscuridad para parar, silencio para escuchar, soledad para acompañarme y un camino sin punto final.

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