Iba de camino para el centro. Por primera vez en cinco meses me acercaba a aquella zona ajena a mi comodidad que he de decir que no es mi zona, nunca lo ha sido. No he tenido que estudiar por allí, ni hacer vueltas por ahí, y tal vez la única cosa que me ha traído gustosa a visitarla, es ir a la cinemateca a ver películas; a veces sola, a veces acompañada, pero siempre con un pedazo de vacío en el estómago después de terminar la realidad corta que he acabado de vivir... el mundo que nunca fue. Mis amigas y mi hermana estudiaban allá, inclusive cuando era mi cumpleaños me iba allí a verlas celebrarme... siempre incómoda, siempre intranquila. El centro es un lugar mágico para muchas personas, y yo no lo puedo negar, pero su magia surte los efectos de una magia más bien negra sobre mi. Los pasados que solo recuerdan los lugares, las pisadas eternas que invocan el hedor de la muerte, que muestran en la belleza de las casas que así como todo empezó algún día en algún chorro de Quevedo, así mismo acabará, como el tranvía.
De camino la realidad se hace inminente. El bus cogió toda la 19 desde Paloquemao hasta llegar a la quinta para meterse a La Candelaria. Los gamines de siempre metiendo boxer en bolsas, los que parecen costales de cosas dormidos eternamente bajo un bulto de cobijas y cartones a plena luz del día... de repente, hacen que la calle de ladrillos grises parezca la más cómoda cama para dormir. La suciedad, la evidente huella del rebusque incrustada en los rastros de llantas de zorras que venden de todo por todo lado. Ésta es la vida real -pensé. ¿Cuán hipócrita puedo ser?. ¿Cuán falsa, fría y cruel?. Me bajé del bus y nadie logró enternecerme lo suficiente como para darle las monedas que tenía. Todos parecían ser los mismos limosneros de siempre. Pero, ¿Cómo saberlo?. Cómo saber realmente que ninguno de ellos hace cinco meses podía trabajar para ganarse la vida de manera honrada y digna. Cómo saber que lo digno es no pedir, en un último aliento de desespero, sino más bien esperar la muerte lenta de la inanición. Cómo saber qué es lo digno, cuando soy yo quién miente diciendo no tener monedas para regalar, mientras hago la fila para pagar la comida. Así de falsa, así de fría, así de cruel.
Mataron a los niños ¿A cuántos? -No sé. Ah bueno.
Somos un número, y ellos también. El centro no es mi lugar porque es el lugar que me recuerda que mi vida es una, y la de los otros, otra. Me trae la nostalgia de domingo que arrastra los inicios y los fines. Pasado, presente y futuro. En el cuarto de Juan parece haber mil vidas vividas de hace más de cien años. La pensión resulta tener una fachada con el nombre "Galatea" de mural. Me tengo que ir -porque me pesa la vida después de pasar un rato en las fauces náufragas de las montañas eternas. La bruma lluviosa se tiende repentina en este lugar que pinta arcoíris mientras al otro lado de la ciudad suena un trueno único y contundente que parece haber partido la tierra en dos. En el fondo, solo no quiero ser el número uno. Uno ya fue, dos... quién sabe.
Mataron a los niños y nadie dice nada porque no fue uno. Uno el que murió, uno el que perdió el hijo, uno el hijo que dejó a una madre sin hijo. Fuimos dos. La segunda oportunidad, la que ve la suciedad por la ventana, la que no vive en el centro, la que no se quedó en el pasado, la que sigue pisando.
En Estados Unidos mataron a un señor y la gente que no era él se levantó y lo revolcó todo aunque fuese por un par de semanas, tal vez un mes. Aquí la gente no tiene memoria, o la memoria parece repetirse tanto que queda como trauma. La reprimimos. Cada uno ha sido diferente pero ahora parece el mismo uno. Cada muerte deja de contarse con los dedos de las manos, porque una vez son tantos los cuerpos postergados, se vuelven todos uno, una única memoria, una que se quiere olvidar, una que estorba porque es una amenaza constante y a la vez un aliciente de que si hoy el otro es uno, hoy el resto somos dos... los segundos, los que no, los que pueden permitirse el lujo de mirar para otro lado y vivir aliviados porque ya han sido dos más de mil días a la vez. Uno por uno. Dos por nadie.
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