Ella escucha el piano en el fondo de la escena estéril, aún con la comida pasando por el paladar. Su alma suena con las notas y ya no hay nada que pensar, la decisión es fácil y clara; solo se para, se disculpa y se va. No hay lágrimas tristes, si al caso, tal vez de alegría. De saberse libre, de verse capaz, de irrumpir abruptamente en el protocolo de la monotonía del amor romántico que aguanta, para entrar en el protocolo del amor romántico que enciende, que quema y que en todo su furor duele, porque crece rápido y se lleva todo a su paso. Los miedos, los pasados, lo que se sabe y lo que no se sabe. La vida simplemente surge de la nada, al paso de las cenizas que quedan del esplendor momentáneo. Después de esta canción, la vida como la conocíamos, ya nunca volverá.
No tuvimos una canción.
Me habría gustado que las cosas fueran así con él. Y de alguna forma lo son.
La vida se me ríe en la cara porque en medio de querer desaparecer del mundo inexistente del código binario, en un impulso pagano y ególatra busqué el amor de la forma en que viniera, pero nunca me esperé lo que vendría.
Sé que es real porque duele cuando no está. Nada espero pero ya parados aquí, a esta hora, mucho se imagina y mucho se quiere. Duele despedirse. "Hasta la próxima" es un añoro nostálgico. Las palabras son colores que pintan días enteros a su lado. Y el domingo se hace cada vez más lejano.
Me despierto por segunda vez con tu nombre en la boca y recuerdo en la charla de hoy, que ya no hay vuelta atrás. Que serás infinito mientras vivas y mientras viva. Que después de este verso, la vida como la conocía, ya nunca volverá.
Y la música... suena.
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