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"You're my charity"

Ya empezaba la primavera. Estábamos cenando juntas y de repente, en medio de la conversación con Katrin,  la expresión "You're my charity" brotó de su boca. Las cosas nunca volvieron a ser iguales.

Esta mañana cuando veía los discursos de los activistas en apoyo a las marchas y disturbios antiracistas, fomentados por la muerte de George Floyd, recordé las palabras de Katrin.

Recordé lo que es sentirse pequeña y discriminada. Observada. Excluida. Apartada. Disminuida.

Recordé por qué me fui y por qué volví. Por qué regresé para aprender de mi país y en mi país. Por qué entendí que las cosas tenían que cambiar y por qué lo que viví en el año más fructífero y duro de mi vida me cambió, para siempre.

Cuento la historia y a mi mamá le parece que "De una u otra forma es verdad". No la culpo. Hace 7 años, cuando terminé el bachillerato lo único que quería era irme de mi casa. Hace 10 años lo hice, me fui de mi casa... pensé que la vida de ahí en adelante sería otra pero 6 horas después había vuelto a casa, mojada, llorando, no queriendo nada más que el perdón de mi mamá y una siesta eterna que me privara de encarar la realidad. Cuando terminé el colegio decidí que no podía depender de nadie, que el mundo era grande y yo era buena en inglés: "en todo lado hablan inglés", me decían y decía yo también. Aprendí francés porque "un tercer idioma siempre es un plus". Porque me imaginé la vida de vagabunda, de trotamundos, de mochilera, o simplemente de niñera... saltando de país en país, de un idioma al otro, de una vida vieja a una vida nueva. Qué plan.

A Katrin le parecía que mis gastos de luz, agua, comida, arriendo, un tiquete de tren y 290 euros al mes para pagar los 300 que costaba el curso de alemán "eran una caridad". Eso en intercambio de las supuestas 6 horas al día que cuidaba a su hija. Las 6 horas al día que cuando Feli estaba enferma una vez al mes, se convertían en 12. Las 6 que cuando Katrin llegaba tarde unas 3 o 4 noches por semana eran unas 9. Las 6 horas al día, 30 horas a la semana "máximo" -según el contrato- que los fines de semana se extendían a 8, 9, o 10 porque pobrecita Katrin que "está muy cansada" y pobrecito Christian que "nunca tiene tiempo para descansar".

A mi mamá le parece que de una u otra forma yo era una caridad. Lo era porque hubieran podido escoger a cualquier otra chica en el mundo, pero me escogieron a mi, a la pobre de mi que venía de un país tercermundista pero aún así hablaba inglés, francés y alemán y sabía mucho más y mucho mejor como cuidar de una niña que sus padres. La pobre tonta que sabía exactamente como hablarle a la niña para lograr que hiciera caso, que le enseñó a hablar español antes que supiera hablar alemán, que le enseñó a caminar, a pedir, a calmarse y hablar en vez de gritar y llorar.

Mi mamá no sabe que si alguien estaba haciéndole un favor a alguien en esa casa era yo a ellos. Que cuando vine a reclamar que me pagaran las horas extra de los últimos 6 meses antes de irme me acusaron de haber hecho mal las cuentas y querer robarles. Mi mamá no sabe que mientras ella pensaba que yo estaba viviendo el latin dream, la señora de la agencia que me contrató, me decía abiertamente que ellas no contrataban a gente negra, negra como George Floyd. Yo era constantemente observada por la gente que sabía que me veía diferente y querían que yo lo supiera también. Nunca, jamás podré decir que fui discriminada como George Floyd, pero alguien en un lugar del mundo, por un año, se atrevió a pensar que me hacía un favor explotándome laboralmente, porque aunque explotada, lo era en el "mejor país del mundo", y mi ama no temía hacérmelo saber, tanto como mi mamá lo creía cierto.

Pero como bien dijo Francia Márquez "en el tiempo de la esclavitud al negro doméstico le entregaron el látigo para castigar a sus hermanos; cuando el negro de campo lo invitaba a buscar su libertad, éste se negaba y por el contrario, salía en defensa de su amo". -No la culpo.

Te la perdono esta vez mamá. Pero tu cerebro da para más. Adiós.

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