Iba sentada en el último Tram, no recuerdo si era la noche de mi cumpleaños o simplemente una noche del verano que se aproximaba, y que extrañamente, para ser Múnich, y para ser abril, ya hacía calor, ya sabía a césped creciendo, polen, bichos y humedad... y peor aún, a eso olía.
Iba sentada en el último Tram, cuando vi a una chica que todo el recorrido parecía mirarme con desprecio; como si de alguna manera ella mereciera más estar allí que yo, o más bien como si yo no debiera estar allí en lo absoluto.
Yo recuerdo estar feliz; recuerdo haberme preparado para ir a mear entre los arbustos y la colinita que conducía hacia las escaleras secretas que daban al otro lado de la carretera principal de Múnich a Grünwald. No sé por qué, pero aún tengo mi teoría sobre por qué de repente -tanto como a mi hermana- me empezaba a gustar el acto de mear en la calle, siempre con la excusa de andar borracha ¡Ups! La verdad es que si la policía me hubiera cogido me habría puesto a llorar, seguramente.
La chica casi se vomita.
Jamás he vuelto a ver una escena como esa.
La chica que antes parecía observarme con odio, en realidad solo estaba borracha y tal vez malviajada con algo -tal vez fijo sí, era mi sonrisa de estúpida pensándome en los arbustos de las escaleras secretas echándome una buena meada, en nombre de Juana de Arco, o del punk y todos sus judíos muertos en Alemania-
El caso del cuento de la chica es que yo me di cuenta de que se iba a vomitar, porque tal como disfrutaba de romper las reglas más estúpidas y pequeñas, disfrutaba de fingir ser como un detective: siempre atenta a todo, siempre consciente del peligro a la redonda del perímetro. En ese momento pensaba: salidas, tres; ventanas, cero; posibles asesinos, dos. La chica y otro tipo de aspecto curioso que probablemente no me haría nada nunca, pero siempre hay que desconfiar de aquellos en Alemania que no lucen afanados, o achacados por la inmensa pesadez de la realidad de no ser los seres super-productivos que se espera que sean, eternas decepciones para el mundo, sorry Hitler, te faié.
Vigilaba a la chica por el reflejo de la ventana cuando de repente vi una ráfaga de algo que salía de algún lado, inmediatamente la miré a ella, a la ella real; ya no se mostraba como la perra malvada de 16 años que gracias a sus padres aprendió a odiar a los extranjeros, ahora era una niña de 16 años tratando de contener el vomito con todas sus fuerzas ¡Y qué fuerzas! porque aquello me hizo captar por completo su atención. Aquella ráfaga que provenía de su boca, no era otra cosa más que la fuerza inminente como un huracán de una oleada de vómito que su hígado le enviaba con desprecio, pateando sus jugos gástricos junto con los últimos tragos de alcohol y probablemente döner o McDonald's, a través de su estómago, su esófago, so boca, su lengua, sus dientes, y luego, ya luego, ya fuera... los dedos de su mano que impetuosamente lograron contener la tempestad, justo a tiempo, justo en el momento en el que el Tram iba a pasar y la iba a dejar precisamente en frente de una caneca para que tranquilamente pudiera vomitar sus sueños, sus pocos y vanos sueños de niña-adolescente-blanca-europea-clase media-alta.
Iba sentada en el último Tram, cuando vi a una chica que todo el recorrido parecía mirarme con desprecio; como si de alguna manera ella mereciera más estar allí que yo, o más bien como si yo no debiera estar allí en lo absoluto.
Yo recuerdo estar feliz; recuerdo haberme preparado para ir a mear entre los arbustos y la colinita que conducía hacia las escaleras secretas que daban al otro lado de la carretera principal de Múnich a Grünwald. No sé por qué, pero aún tengo mi teoría sobre por qué de repente -tanto como a mi hermana- me empezaba a gustar el acto de mear en la calle, siempre con la excusa de andar borracha ¡Ups! La verdad es que si la policía me hubiera cogido me habría puesto a llorar, seguramente.
La chica casi se vomita.
Jamás he vuelto a ver una escena como esa.
La chica que antes parecía observarme con odio, en realidad solo estaba borracha y tal vez malviajada con algo -tal vez fijo sí, era mi sonrisa de estúpida pensándome en los arbustos de las escaleras secretas echándome una buena meada, en nombre de Juana de Arco, o del punk y todos sus judíos muertos en Alemania-
El caso del cuento de la chica es que yo me di cuenta de que se iba a vomitar, porque tal como disfrutaba de romper las reglas más estúpidas y pequeñas, disfrutaba de fingir ser como un detective: siempre atenta a todo, siempre consciente del peligro a la redonda del perímetro. En ese momento pensaba: salidas, tres; ventanas, cero; posibles asesinos, dos. La chica y otro tipo de aspecto curioso que probablemente no me haría nada nunca, pero siempre hay que desconfiar de aquellos en Alemania que no lucen afanados, o achacados por la inmensa pesadez de la realidad de no ser los seres super-productivos que se espera que sean, eternas decepciones para el mundo, sorry Hitler, te faié.
Vigilaba a la chica por el reflejo de la ventana cuando de repente vi una ráfaga de algo que salía de algún lado, inmediatamente la miré a ella, a la ella real; ya no se mostraba como la perra malvada de 16 años que gracias a sus padres aprendió a odiar a los extranjeros, ahora era una niña de 16 años tratando de contener el vomito con todas sus fuerzas ¡Y qué fuerzas! porque aquello me hizo captar por completo su atención. Aquella ráfaga que provenía de su boca, no era otra cosa más que la fuerza inminente como un huracán de una oleada de vómito que su hígado le enviaba con desprecio, pateando sus jugos gástricos junto con los últimos tragos de alcohol y probablemente döner o McDonald's, a través de su estómago, su esófago, so boca, su lengua, sus dientes, y luego, ya luego, ya fuera... los dedos de su mano que impetuosamente lograron contener la tempestad, justo a tiempo, justo en el momento en el que el Tram iba a pasar y la iba a dejar precisamente en frente de una caneca para que tranquilamente pudiera vomitar sus sueños, sus pocos y vanos sueños de niña-adolescente-blanca-europea-clase media-alta.
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