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En caso de ser posibles.

Te pienso.

Te pienso, la pienso a ella.

Ahora mismo no puedo no pensarla al pensarte. No puedo no pensar en ella cuando pienso en ti.

Ahora mismo te veía con mis ojos cerrados, en una escena lenta, de penumbra y calma. Estabas en mi casa, estaban los gatos por ahí. Estaba mi cama en lo que ahora es el estudio, y mirabamos por la ventana como se iba la última gota de sol entre los labios de las montañas. 

Contemplaba con asombro, como siempre, el paisaje. Te acercabas desde atrás como queriendo tocarme, sin saber cómo. 

Irrumpía entonces mi ritual para mirarte; sonriente, profunda, en silencio. Una alegría inundante me llenaba al verte. Te miraba y te veía, de verdad, y te quería. No podía pestañear, no necesitaba pestañear. Un agua viva que no eran lágrimas humectaba mis ojos permitiendome guardar cada segundo de este momento.

Tú aún no sabías qué hacer. 

Perplejo, esperabas mi sonrisa no fuera una burla, dudabas, aún. Dudabas de estar aquí, conmigo, en mi casa, para algo bueno. Dudabas que fuera lo que fuera a pasar, sería agradable. La mejor de tus opciones en este desenlace no se te cruzaba por la cabeza.  

Entendí en la posición de tus manos que no sabían donde ponerse, que estabas nervioso. Otra vez, como siempre, las tomé sin reparo, sin permiso, y con calidez las acaricié para calmarlas. Pronuncié una pequeña risa y una de mis manos pasó a tu cuello, a tu cara. Te toqué allí con confianza y te dije como nunca había podido decirte antes: "te quiero. Te quiero abrazar". Mi cuerpo se acercaba al tuyo como acorralandote: "Vamos a la cama que te quiero abrazar". 

Me reía, asombrada de mi misma, feliz, tranquila, llena. Te encontraba aún confundido yendo a la cama, haciendo lo que dije como si fueran instrucciones a seguir. Solo hacías porque no podías pensar aún, no entendías, como siempre; ni el "te quiero", ni el abrazo, ni mi risa, ni mi sonrisa. No entendías qué hacías exactamente allí parado, sentado, acostado. No entendías pero sentías el corazón rápido, la respiración corta, la ternura, la debilidad. No entendías, qué pasaba pero lo dejabas pasar, como un expectador omnipresente te observabas fuera de tu cuerpo dejandote sentir de nuevo lo que nunca antes habías sentido. 

Sentí entonces la necesidad de explicarte; de contarte porqué el abrazo, porqué la sonrisa, porqué la felicidad. Porqué te quiero. 

Sentí la necesidad de hablarte con palabras, pero entonces recordé con temor que alguna vez juzgaste mi forma de expresarme. Recordé la herida y por un momento me sentí perdida yo también, dudando. Con firmeza me tuve que arrancar de los recuerdos para decirme a mi misma: lo quieres. Lo quieres porque eres libre de quererlo. Porque lo aceptas tal y como es. Lo quieres porque ya no eres la misma persona de antes; no lo necesitas, no dependes, no esperas. Lo quieres porque puedes querer. 

Me fui yendo a la cama y te dije una vez más, esta vez llamándote: "ven, que te quiero abrazar",  y te hablé, con mi abrazo, antes que nada.

Te escuchaba respirar profundo mientras yo consentía tu espalda como calmandote, como cuando los niños lloran y hay que consolarlos con toda la intención, hay que transmitirles la seguridad de que todo va a estar bien y de que el amor está aquí para sanarles. 

Entonces pensé en ella. Y tuve que explicarte sin reparo:

"Te quiero porque desde que ella no está, me quedé con las ganas de amar a quien se me diera la gana".

"Te abrazo porque quiero que sientas y entiendas que ahora, ahora te amo, y me hace libre amarte, y quiero seguir amandote sin esperar nada de ti". 

Con tus brazos aferrados a mi espalda, alejaste tu cara para poder mirarme y decirme entre lágrimas, "yo también te quiero".

Inmediatamente lloré contigo mientras agarraba tu rostro afanada y presionaba mi frente con la tuya, para sentirte, para saber que estábamos sintiendo exactamente lo mismo, al mismo tiempo, en el mismo momento, para sentir que tú y yo eramos reales y posibles. Para sentir que te amaba y tú a mi. 

Abro los ojos y estremecida por la posibilidad de que este encuentro algún día sea real, me remito a escribirlo para que no se quede guardado en alguno de los rinconces de mi subconciente. 

Por si algún día, o en caso de ser posibles. 

 

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