"Ponte un encaje rojo"
-Le dije que dejara el cliché, que no todas las mujeres tenían un encaje rojo en el cual envolverse para abrir el apetito de los hombres... o las mujeres, también. Término medio, o tres cuartos. Mi sangre será roja pero mi carne es blanca. No porque quiera, porque yo no lo elegí así, pero las venas se me brotan y casi que de los dedos de las manos al corazón se podría trazar el camino completo, con cada rama, con cada hueco, con cada surco entrelazado que parece no llegar a ningún lugar.
Mentí.
No tenía ningún encaje rojo pero desde hacía poco había decidido que el rojo me iba bien. Un suéter rojo -herencia de mi tía-, unos aretes grandes tejidos en lana que me hizo Clemen, una blusita cortita de un rojo prendido -casi naranja- que poco dejaba al estímulo propósito de la ropa. El rojo me quedaba bien y ya no significaba un acto de lujuria hipócrita.
"Los autos rojos se accidentan dos veces más que el resto de autos en el mundo"
Le pregunté a John Jairo el porqué, y me dijo que era que los dueños de autos rojos tendían a ser imbéciles. Irónicamente él me parecía muy estúpido, y aunque no le creía del todo, pensé en mi tío Diego y su Mustang rojo, más adelante tendría un Jetta rojo, también una camioneta pero azul, y en esa se estrelló y pudo haberse matado y también a su esposa y a su hijo, pero no fue así, y sin embargo, sigue siendo el imbécil, dueño de un auto rojo que se estrella en un auto azul.
Mi tía Ximena tuvo un escarabajo rojo -el típico carro de hippie. De ella no puedo decir que es o era una imbécil en ese entonces, cuando pasando la carretera entre Guasca y La Calera, un toro -de nuevo- casi que le quita la vida. Segunda vez en el año que un animal de ganado respira en la nuca de mi tía el rojinegro de la muerte. Mi tía no era una imbécil, y la primer vez que casi la mata un toro no iba en un auto rojo.
Mentí.
No tenía ningún encaje rojo pero desde los catorce años busqué tener el cabello rojo, y así lo tengo desde los 16. No es un rojo muy rojo, pero al menos no es el rubio cenizo sin cuerpo ni forma que tenía antes. Dicen -o más bien, dice mi mamá- que ese rojo o castaño de visos rojos, era el color que tenía de pequeña, cuando mi cabello era crespo, tan crespo que mi primer acto de independencia -o de rebeldía- fue no dejar que nunca nadie más que yo lo peinase, puesto que solo yo podía saber hasta donde dolía; y por eso nunca lo peiné.
Mi sangre: roja y dulce.
Mi mamá dice que "Un día pasó un gamín y le prendió los piojos". Y hasta ahí llegó la dicha de la niña del cabello crespo con los visos rojos. Petróleo, champús, insecticidas, tinturas, goticas, pastillas, peinillas, jabones... todo lo que habría podido ponerse en mi cabello se me puso, y lo único que pareció lograr espantar a los piojos, fue haberme quitado la virtud de ese cabello. Una vez con el cabello lacio y oscuro, fui otra, otra que no regresó hasta que su rojo volvió.
Antes de cumplir los 16 años, hice a mi mamá jurarme por escrito y con firma que después de mi cumpleaños podría tinturarme el cabello con henna roja. Hippie como la superstición de mi abuela, y el escarabajo rojo de mi tía, no quería dañar mi cabello con tintes fuertes -luego me enteré que la henna viene con plomo, y bueno, nada en esta vida es perfecto. Al principio me pinté el cabello con henna india. Quedó de un rojo opaco y discreto que de cualquier manera resaltaba aún más la lechura de mi piel y lo verde de mis venas. Después de unos meses, Rosita, la manicurista que por años había atendido a mi abuelita, me empezó a vender henna egipcia. Fue la epítome. Mi cabello se empezó a tornar rojo-naranjoso. Era tenue pero notable, y era yo.
Poco a poco la henna fue engruesando las raíces y secando los folículos, e incómodamente, mechón por mechón de cabello recobró la memoria de los bucles que alguna vez habían tornado sobre mis hombros pálidos y encogidos, y poco a poco mi espalda se fue irguiendo de nuevo porque por fin, después de lo que entonces parecían tantos años, mi rojo había vuelto, y con él, el incipiente amarillo que mi vida tendría por el resto de la vida.
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