Las redes sociales son drogas. Se sabe.
Pero no es solo por el flujo de químicos que sus dinámicas provocan en el cerebro sediento de aprobación en la observación. Es la realidad paralela.
Irse de viaje es sumergirse en una realidad fuera de la cotidianidad que pinta posibilidades infinitas donde inclusive nuestra personalidad cambia, y a veces nos plantea la pregunta sobre el tipo de cotidianidad que queremos vivir. Comerse un ácido es irse de viaje por unas horas, si está bueno puede ser como ir a un hotel de lujo donde todo sale exactamente como lo planeé, si está anfetoso puede terminar siendo una puta pesadilla, tan parecida a la de salir estafado en un tour de turismo barato... su efecto no es tan diferente. O nunca vuelves a comprar con ellos, tanto como nunca vuelves a comprar con ese dealer; o nunca vuelves a consumir, tanto como te relegas a dejar de insistir en las vacaciones soñadas, porque la calma de la rutina por más aburridora que parezca, es predecible, no tiene sorpresas, no hay subidas ni bajadas, solo una única línea recta que dirige al lugar donde consciente o inconscientemente quieres llegar.
La posibilidad que ofrecen las redes sociales como extensión del cuerpo y la mente, es otro viaje. Uno peligroso donde somos nosotros mismos los dealers o los de la agencia de turismo. Decidimos qué poner, decidimos qué nos gusta, aprobamos, ignoramos o desaprobamos todo lo que vemos sin mayor preocupación de lo que incide detrás de nuestras imágenes, nuestros likes, o nuestras palabras. Creemos tener control de todo lo que pasa, como si habláramos de mover un brazo o una pierna. No tenemos miedo de mostrar y decir sin pensarlo demasiado, porque por más reales que seamos nosotros que estamos detrás de las pantallas, todo lo que plasmamos es irreal. Todo está a un click de ser eliminado de la interfaz, de la meta/para/micro-realidad (?).
"No eres nadie si no estás en IG o FB"- es una frase común hoy en día. No eres nadie si no conoces a x, y, z persona. No eres nadie si no has escuchado tal o cuál canción. En medio de esto que se replica con facilidad, se nos olvida que lo que no es nadie, es el medio. Nuestros cuerpos siguen aquí. Nuestra voz sigue sonando. Nuestros ojos ven. Nuestros oídos escuchan. Nuestras manos sienten. Nuestros pulmones respiran. Nuestros pies caminan. Nuestras cabezas piensan y nuestras memorias recuerdan.
No por no estar en todos los lugares a la vez, no existimos. Comunicarnos es una necesidad, y las formas en que hemos aprendido a hacerlo son sorprendentemente rápidas, viajan a la velocidad de la luz. Nos replican y reproducen como y cuando nosotros no podemos... pero no somos nosotros.
Hay una lengua que viene de la familia tucano en el amazonas, donde los tiempos verbales no existen. Lo único que existe son sufijos (o prefijos, no recuerdo) para decir que uno estaba allí, uno vio y escuchó de lejos, o alguien te contó lo que vio. No hay certezas. Lo único confiable son los sentidos que en la combinación del presente continuo pueden confirmar lo vivido -pero mentimos. Nos drogamos, viajamos, vamos al cine, apagamos las pantallas, desconectamos los teléfonos, quemamos las cartas. Y todo lo que ya no se puede ver, tocar u oír: deja de existir.
Vivimos en constante necesidad de escapar de la realidad, porque negamos lo que sentimos, negamos lo que somos, negamos lo que vemos, lo que sabemos, lo que queremos. Somos una sátira del tiempo, la moral es nuestro castigo y dios es la memoria del pasado repudiado.
Pero no es solo por el flujo de químicos que sus dinámicas provocan en el cerebro sediento de aprobación en la observación. Es la realidad paralela.
Irse de viaje es sumergirse en una realidad fuera de la cotidianidad que pinta posibilidades infinitas donde inclusive nuestra personalidad cambia, y a veces nos plantea la pregunta sobre el tipo de cotidianidad que queremos vivir. Comerse un ácido es irse de viaje por unas horas, si está bueno puede ser como ir a un hotel de lujo donde todo sale exactamente como lo planeé, si está anfetoso puede terminar siendo una puta pesadilla, tan parecida a la de salir estafado en un tour de turismo barato... su efecto no es tan diferente. O nunca vuelves a comprar con ellos, tanto como nunca vuelves a comprar con ese dealer; o nunca vuelves a consumir, tanto como te relegas a dejar de insistir en las vacaciones soñadas, porque la calma de la rutina por más aburridora que parezca, es predecible, no tiene sorpresas, no hay subidas ni bajadas, solo una única línea recta que dirige al lugar donde consciente o inconscientemente quieres llegar.
La posibilidad que ofrecen las redes sociales como extensión del cuerpo y la mente, es otro viaje. Uno peligroso donde somos nosotros mismos los dealers o los de la agencia de turismo. Decidimos qué poner, decidimos qué nos gusta, aprobamos, ignoramos o desaprobamos todo lo que vemos sin mayor preocupación de lo que incide detrás de nuestras imágenes, nuestros likes, o nuestras palabras. Creemos tener control de todo lo que pasa, como si habláramos de mover un brazo o una pierna. No tenemos miedo de mostrar y decir sin pensarlo demasiado, porque por más reales que seamos nosotros que estamos detrás de las pantallas, todo lo que plasmamos es irreal. Todo está a un click de ser eliminado de la interfaz, de la meta/para/micro-realidad (?).
"No eres nadie si no estás en IG o FB"- es una frase común hoy en día. No eres nadie si no conoces a x, y, z persona. No eres nadie si no has escuchado tal o cuál canción. En medio de esto que se replica con facilidad, se nos olvida que lo que no es nadie, es el medio. Nuestros cuerpos siguen aquí. Nuestra voz sigue sonando. Nuestros ojos ven. Nuestros oídos escuchan. Nuestras manos sienten. Nuestros pulmones respiran. Nuestros pies caminan. Nuestras cabezas piensan y nuestras memorias recuerdan.
No por no estar en todos los lugares a la vez, no existimos. Comunicarnos es una necesidad, y las formas en que hemos aprendido a hacerlo son sorprendentemente rápidas, viajan a la velocidad de la luz. Nos replican y reproducen como y cuando nosotros no podemos... pero no somos nosotros.
Hay una lengua que viene de la familia tucano en el amazonas, donde los tiempos verbales no existen. Lo único que existe son sufijos (o prefijos, no recuerdo) para decir que uno estaba allí, uno vio y escuchó de lejos, o alguien te contó lo que vio. No hay certezas. Lo único confiable son los sentidos que en la combinación del presente continuo pueden confirmar lo vivido -pero mentimos. Nos drogamos, viajamos, vamos al cine, apagamos las pantallas, desconectamos los teléfonos, quemamos las cartas. Y todo lo que ya no se puede ver, tocar u oír: deja de existir.
Vivimos en constante necesidad de escapar de la realidad, porque negamos lo que sentimos, negamos lo que somos, negamos lo que vemos, lo que sabemos, lo que queremos. Somos una sátira del tiempo, la moral es nuestro castigo y dios es la memoria del pasado repudiado.
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