He tratado de no pensar en el futuro porque no es real. He tratado pero en el proceso tuve que amputar las raíces de lo que me ata a la realidad.
La evité.
Yo traté de hacerme vida en mi casa, de verla linda y agradable todo el tiempo. Quise pretender ser la más sensata entre nosotras. No le vi problema a ofrecerle mi ayuda a las personas queridas. No le pedí a nadie que me ayudara, o si lo hice, lo hice esperando que nunca fuera necesario.
Me repito: el miedo es lo único que no dejaré entrar.
Me resiento, de volverme a sentir: tengo miedo.
Por más que no quiera pensar en el futuro, hay algún tipo de certeza o de presente en él... la confirmación de mi propia prolongación.
No lo quise poner en palabras porque como siempre digo: si lo pongo en palabras es real; pero lo que sentía no paraba de incitarme a parar. ¿Para qué estudiar si el mundo está en pausa? ¿Para qué mentirme?
El otro día me soñé despierta que tomaba el bus, como siempre con afán, y recorrí despacio el camino de la puerta de mi casa a la estación. Sentí el frío de las 6 de la mañana, mi nariz helada y mi aliento de menta que disfraza el desayuno. Olí la tierra mojada y sentí el aire húmedo en mis manos. Mi paso acelerado y mi instinto que poco falla cuando sabe que el bus está por pasar.
Lo extraño. Lo extraño de extrañar. No de raro.
No extrañaba extrañar, definitivamente. No recordaba muy bien lo que dispone el sentimiento cuando la realidad inminente te obliga a darte cuenta de lo que ya no está. Ya no puedes sentirlo, ni verlo, tocarlo, olerlo... su existencia en la desesperación se convierte en un interrogante gigante, a veces un sueño, a veces un recuerdo.
Mi memoria detallada es un arma de doble filo. Entre más recuerdo todo, más lo extraño.
Me obligaron a parar. Y por más que quise vivir la realidad, olvidé que ésta se vive en el otro. Lloré no poder hacer lo que quería hacer, lloré lo cotidiano, lloré lo que antes era vano.
Golpeé mi cabeza con mis manos en medio de la desesperación. No quiero nombrar nada porque si lo nombro es real. Presente, existente. El virus de mierda, su nombre me parece ridículo, me estresa aún más. Parece amigable pero mañana podría matar a mis abuelos. Tengo miedo.
Me alivian las utopías de pensar en la gente que con el hambre que empieza a brotar se une toda y genera una nueva forma de vida. Me agobia que el hambre podría acercarse muy pronto a mi.
Quisiera, quisiera, quisiera. No vale todo lo que hoy quisiera, la verdad, hoy sólo quisiera dejar de sentir.
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