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Odio al pasado no pisado

Los días han pasado pero yo no paso con ellos.
No sé cuantos días se han ido ya sin mi, y por más que intente recordar, solo me revuelvo y me vuelvo a sumergir en la honda onda del momento extraño en el que me perdí.
Subía por una colina llena de valentía y esperanzas. La gente a mi alrededor sufría y lloraba, y moría y tendida en el suelo esperaba la muerte también. Miré para abajo un segundo, y en el mismo segundo me hice trizas y lágrimas con ellos. Ya no puedo pensar bien, no me duelen sus dolencias, no estoy triste por ellos o ellas, y no quiero estarlo tampoco. Pero de repente los hilos extensos y gruesos de todos sus pensamientos, se vuelven gusanos pesados que trepan y entran por cada poro de piel.
Juanita está triste y no quiero hacerla feliz, solo quiero verla feliz. La gente está en paro y se dice que yo también. Y quiero creerlo, pero ya ni siquiera tengo claro el por qué. Los de lejos, lejos vuelven y cerca de mi volverán también. No tengo muy claro cuando o de dónde viene el volver, o si simplemente a todo lugar se va. Y poco a poco entre las aras del tiempo que marca la vejez de los libros o las copias de academia, sus ganas se desganarán, y su fuerza se convierte en compromiso mientras más inciertas sean las cosas en esta ciudad agraciada únicamente por la ausencia de los que se van. Me he sentado una y otra vez en esta silla, y no sé cómo hice para alguna vez haberlo hecho por gusto. Me sabe a mierda el trabajo social, sólo porque no fui capaz de hacer nada de lo que dije. Critiqué a los que se echaban el gaitanazo en las reuniones porque su forma de hablar de la realidad me parecía ventrilocuada por un discurso raro, pecuecudo y surreal. A lo real de mis críticas le faltó todo. Sólo escuché por escuchar, sólo dije por decir, solo actué por actuar. Busqué la aprobación nefasta de aquellos que ni siquiera me importan, aquellos a quienes busco destruir con notas y líneas graves cada que se me da la oportunidad. Aquellos a quienes su constancia recompensa mucho más que mi ego a mí, que mi falta de ganas y mi poco sentido de comunidad.
No sé estar con muchas personas. Me revuelve el estómago sentir que pierdo mi esencia cuando doy lo que creo que es demasiado, cuando a penas es suficiente. No hice lo que dije que haría, y miento y convenzo de que sí. Mañana será otro día, probablemente desperdiciado, y hoy mi agonía con llantos de pesar, sulfuran el líquido de mi propia maleabilidad.
Autocompasión, autocompasión por favor para la pobre alma y su liberación. Que las faltas no me desamparen ni de noche, ni de día, porque ser víctima es un modo de vida. Que me falte todo y más, por favor. Para justificar la pereza, y las ganas de hambre, y la débil y tenue insistencia a morir. Que llegue la enfermedad, que me absuelva de toda responsabilidad. Que caiga el rayo, o el mar alado y que sus olas me revuelquen y nunca me suelten.
Ya no sé qué me hice, porque no me hice nada. No hice nada por mí y otra vez estos lastres se me enganchan en los pies, y en las manos, y en las sienes y en todos y cada uno de los muy sentidos quereres. El pasado vuelve y me contamina de su ira; su rencor se convierte en un plato de comida. Estoy ansiosa y sedienta y solo quisiera beber, de las lágrimas tenues de cada individuo sufriente cuyas quejas, a mis ojos, jamás serán igual de terribles a las mías.

Me lleno de un veneno que no tiene nombre pero tiene  historia. Sus remansos putrefactos me aceleran la respiración. Cada cosa que escucho se convierte en un panteón, donde soy solo bruma, empuñando puñales contra un saco de arena cuya forma soy yo.

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