Hombre tenía que ser... no le quitó el precio al libro.
Hombre tenía que ser... no marcó el empaque del regalo.
Juan tenía que ser... no sacó del profano envoltorio el libro de juego de tronos para escribirme una dedicatoria apropiada.
A veces uno quiere encontrar señales donde no las hay,
A veces las hay, y uno las ignora activamente,
A veces están, pero uno no está en disposición de oírlas.
Es para mi una clara señal, el quedarme sin algo de qué hablar; ya no me interesa alargar la conversación, aún no puedo decir lo mismo sobre los silencios incómodos porque de todos modos le guardo cariño; no sé si lo hago porque sé que él lo hace por mi (guardar el cariño), o si lo hago porque de corazón lo quiero, o lo cuido, o me preocupo, o por respeto al pasado... no sé, no sé; pero sé que en definitiva la señal me indica que no puedo estar con el. LIT. ¡LIT!
Continuación de intento: Pág 1.
Como una señal de esas que Maria le había mencionado el día anterior, ella logró ver por fin qué era lo que le molestaba del libro que Juan inesperadamente le había regalado. Además de la incomodidad que generalmente le provocaba recibir regalos, el ver el libro, aún empacado, con el precio puesto, hasta confundida por su aspecto de manufactura porque no recordaba haber tenido un libro empacado en plástico para comprobar su virginidad, jamás, en sus manos. Era lo que eso significaba.
Era la certeza de su virginidad, que tal como la de Juan, se mostraba vacía en sus sentimientos; era darse cuenta de que Juan ni por el putas estaba hecho para ella porque aunque le dio un regalo, no sabía que le incomodaban los regalos; porque aunque se molestó en envolverlo perezosamente en una bolsa de papel (hasta lindo) junto con unos chocolates, no pensó en que para qué la puta bolsa si el planeta está que se acaba por ese tipo de nimiedades protocolarias y rituales sociales del capitalismo; porque a pesar de que era un libro y ahora a ella le gusta leer, no era precisamente el libro que ella se esperaba; porque aunque el libro le gustó, los chocolates no tanto; porque aunque era un libro evidentemente nuevo, su envoltorio de plástico le emputaba, y ya no tanto por el planeta, si no porque quién putas, si no Juan, Juanito, José, podría cometer la estupidez de regalar un libro sin dedicatoria apropiada.
Ella, que tan ilusamente pretende estar fuera (dentro de lo posible) de los protocolos concluidos por la sociedad, en su inexperticia o inexperiencia (lo que sea), se quedó indignada de pensar que Juan no había tenido la mínima decencia de escribirle una dedicatoria en el libro, deseándole alguna cosa, o algo muy típico de él como un simple "Happy birthday Cami", o sabrá Dios qué mini carta de amor. Ella, la misma Camila que el día de ayer le decía a Juanita que la única forma de olvidar a León era resignificando los lugares y las cosas, las canciones y las dedicatorias y "los sobrenombres tiernos, que serían cursis, de no ser por esto que sentimos". Ella, ahora lectora de libros, ahora ciudadana culta, ella tan ilustre, ella que ayer fue al ensayo de un concierto de Brahms, la semana ante-pasada se leyó "Los doce cuentos peregrinos" de García Márquez, con confianza próximamente una estudiante de la Nacional ¿Y ahora qué? : esnob, romántica, indignada lectora ilustre culta de libros (que como dice mi mamá "Son de cultura general"), iluminada prócer del conocimiento, anti-protocoloralista o a-protocolaria, mismísima Camila que no tuvo fiesta de quince, que se quiere casar de amarillo, y dar lechona en bandeja de plata en su ceremonia de celebración del amor (porque Dios no permita que le llamen matrimonio), y no tener argolla, o al menos que no sea de plata, si no una vaina bien rara, pero no el cliché de los raros que es un tatuaje bien feo, que además siempre es presagio de mal agüero; la misma que no estudió después del colegio, o que lo hizo pero la pereza le ganó; la misma que creyó que iba a aprender todos los idiomas del mundo viajando por el mundo, sin ser mochilera, pero tampoco escoria del sistema; la misma que jamás tendrá tarjeta de crédito, pero le pide a su mamá que le preste la de ella; la misma pendeja que se rehúsa a darle un peso a la educación privada, solo para la excusa de que la vida es rara y la economía es mala. Esa misma, hija de su ego, rebelde sin causa, abogada sin obras, defensora de ideas, juez de sus peleas, hoy 24 de Abril de 2019, había querido en el regalo de Juan una dedicatoria apropiada, porque ahora que le gustaban los libros, encontraba una de éstas en los libros de su casa; porque ahora que pensaba que era libre de elegir al amor de su vida en éste instante de momento, de pedazo de vida, de existencia alada, la falta de una dedicatoria apropiada era la clara señal, clarísimo augurio, extraño mensaje como los del chocolate en la taza, de que Juan, joven aún, pobre Juan, no era para ese capítulo de su vida, el amor de la vida.
Hombre tenía que ser... no marcó el empaque del regalo.
Juan tenía que ser... no sacó del profano envoltorio el libro de juego de tronos para escribirme una dedicatoria apropiada.
A veces uno quiere encontrar señales donde no las hay,
A veces las hay, y uno las ignora activamente,
A veces están, pero uno no está en disposición de oírlas.
Es para mi una clara señal, el quedarme sin algo de qué hablar; ya no me interesa alargar la conversación, aún no puedo decir lo mismo sobre los silencios incómodos porque de todos modos le guardo cariño; no sé si lo hago porque sé que él lo hace por mi (guardar el cariño), o si lo hago porque de corazón lo quiero, o lo cuido, o me preocupo, o por respeto al pasado... no sé, no sé; pero sé que en definitiva la señal me indica que no puedo estar con el. LIT. ¡LIT!
Continuación de intento: Pág 1.
Como una señal de esas que Maria le había mencionado el día anterior, ella logró ver por fin qué era lo que le molestaba del libro que Juan inesperadamente le había regalado. Además de la incomodidad que generalmente le provocaba recibir regalos, el ver el libro, aún empacado, con el precio puesto, hasta confundida por su aspecto de manufactura porque no recordaba haber tenido un libro empacado en plástico para comprobar su virginidad, jamás, en sus manos. Era lo que eso significaba.
Era la certeza de su virginidad, que tal como la de Juan, se mostraba vacía en sus sentimientos; era darse cuenta de que Juan ni por el putas estaba hecho para ella porque aunque le dio un regalo, no sabía que le incomodaban los regalos; porque aunque se molestó en envolverlo perezosamente en una bolsa de papel (hasta lindo) junto con unos chocolates, no pensó en que para qué la puta bolsa si el planeta está que se acaba por ese tipo de nimiedades protocolarias y rituales sociales del capitalismo; porque a pesar de que era un libro y ahora a ella le gusta leer, no era precisamente el libro que ella se esperaba; porque aunque el libro le gustó, los chocolates no tanto; porque aunque era un libro evidentemente nuevo, su envoltorio de plástico le emputaba, y ya no tanto por el planeta, si no porque quién putas, si no Juan, Juanito, José, podría cometer la estupidez de regalar un libro sin dedicatoria apropiada.
Ella, que tan ilusamente pretende estar fuera (dentro de lo posible) de los protocolos concluidos por la sociedad, en su inexperticia o inexperiencia (lo que sea), se quedó indignada de pensar que Juan no había tenido la mínima decencia de escribirle una dedicatoria en el libro, deseándole alguna cosa, o algo muy típico de él como un simple "Happy birthday Cami", o sabrá Dios qué mini carta de amor. Ella, la misma Camila que el día de ayer le decía a Juanita que la única forma de olvidar a León era resignificando los lugares y las cosas, las canciones y las dedicatorias y "los sobrenombres tiernos, que serían cursis, de no ser por esto que sentimos". Ella, ahora lectora de libros, ahora ciudadana culta, ella tan ilustre, ella que ayer fue al ensayo de un concierto de Brahms, la semana ante-pasada se leyó "Los doce cuentos peregrinos" de García Márquez, con confianza próximamente una estudiante de la Nacional ¿Y ahora qué? : esnob, romántica, indignada lectora ilustre culta de libros (que como dice mi mamá "Son de cultura general"), iluminada prócer del conocimiento, anti-protocoloralista o a-protocolaria, mismísima Camila que no tuvo fiesta de quince, que se quiere casar de amarillo, y dar lechona en bandeja de plata en su ceremonia de celebración del amor (porque Dios no permita que le llamen matrimonio), y no tener argolla, o al menos que no sea de plata, si no una vaina bien rara, pero no el cliché de los raros que es un tatuaje bien feo, que además siempre es presagio de mal agüero; la misma que no estudió después del colegio, o que lo hizo pero la pereza le ganó; la misma que creyó que iba a aprender todos los idiomas del mundo viajando por el mundo, sin ser mochilera, pero tampoco escoria del sistema; la misma que jamás tendrá tarjeta de crédito, pero le pide a su mamá que le preste la de ella; la misma pendeja que se rehúsa a darle un peso a la educación privada, solo para la excusa de que la vida es rara y la economía es mala. Esa misma, hija de su ego, rebelde sin causa, abogada sin obras, defensora de ideas, juez de sus peleas, hoy 24 de Abril de 2019, había querido en el regalo de Juan una dedicatoria apropiada, porque ahora que le gustaban los libros, encontraba una de éstas en los libros de su casa; porque ahora que pensaba que era libre de elegir al amor de su vida en éste instante de momento, de pedazo de vida, de existencia alada, la falta de una dedicatoria apropiada era la clara señal, clarísimo augurio, extraño mensaje como los del chocolate en la taza, de que Juan, joven aún, pobre Juan, no era para ese capítulo de su vida, el amor de la vida.
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